Un día en Cíes

El primer día del otoño de 2017, el 23 de setiembre, amaneció con ánimo de hacer notar su presencia entre nosotros, con una “hermosa” niebla, que desdibujaba los contornos de cualquier cosa a corta distancia, por lo que las Cíes, ni se adivinaban. Pero los expertos del lugar decían que aquello en un par de horas levantaría, y no habría problema alguno.

A las 12,30 horas nuestro barco inició la travesía, despidiéndonos de una réplica de un galeón del siglo XVII, anclado muy cerca de nosotros. La travesía fue bastante apacible, con un ligerísimo mar de fondo, apenas perceptible, lo cual hizo que no hubiera ningún percance de mareo, entre los pasajeros.Cíes

Llegamos a las islas alrededor de las 13,30 horas, y la directora Zaida, su colaboradora y guía Belén, y su consejo de asesoramiento ( o sea, todo el mundo), decidió que lo más importante en aquel momento y hora, era reponer fuerzas, para lo cual nos dirigimos al Camping, en donde con el sistema de auto-servicio, y rápidamente, sobre todo las primeras hornadas, fuimos aplacando los ácidos estomacales, ya a punto de iniciar una seria rebelión. La niebla tenía sus más y sus menos, se iba, veíamos un poco más de la playa más bonita del mundo, la de Rodas, y otro ratito nos la tapaba por completo. Fue una muy agradable comida, mezclándonos amigablemente “las gentes” de otros clubes gallegos, con los padres “putativos” y con los chicos intercambiados (cinco chicas y un chico), si no me salen mal las cuentas

Terminado el “repostaje” con cafesiño incluido, Zaida y 62 acompañantes, iniciamos el camino hacia el Faro; teníamos por delante 3 kilómetros de mal camino, y salvar un desnivel 175 metros, que puestos en horizontal, no es nada, pero “puestos de pie” se notan, sobre todo los que llevan algún infante pequeño, pero para eso son padres y abuelos, y presumen de ello. Durante el camino, Belén nos fue contando detalles de la historia y vida de las islas, desde los romanos, los “moros”, los cristianos y alguna ruina de antiguos asentamientos, pero no nos contó la historia de Xan, o San, Carallás, porque había infantes e infantas, entre el auditorio. Antes de llegar al punto de destino, hicimos un pequeño desvío, para llegar a un observatorio de aves, pero con la niebla no se veían ni aves, ni casi el mar; continuamos la ascensión y llegamos todos sanos y salvos al punto más alto de la islas Cíes, el faro.

Al rato de estar allá arriba, la niebla nos hizo el gran favor de retirarse, lo cual dio lugar a poder contemplar toda la ría de Vigo en su esplendor, con Baiona, Toralla, Canido y Vigo al fondo y, a nuestros pies, la isla sur, lo cual hizo que se oyera algún “my God”, entre los intercambiados y muchas otras frases de admiración entre los nativos; allí estuvimos un buen rato disfrutando de la bella panorámica, y dando por muy rentable el esfuerzo físico de haber subido hasta el faro de Cíes, aunque el camino no fuera de lo más fácil. Iniciamos el descenso, cuidando de que no se nos quedara ningún despistado embelesado con las panorámicas.

Durante el descenso, y al pasar por encima de la playa de Rodas, las “intercambiadas”, pese a las advertencias, decidieron darse un baño en las tentadoras y cristalinas aguas, y ya todos juntos en el muelle para embarcar, confesaron lo “gélida” que estaba el agua, pero ya sabéis, que sarna con gusto, no pica, pero…

A las 19,30 horas embarcamos de nuevo, rumbo a Vigo, en nuestro barco ( con una ristra de ajos en su palo mayor) y previo paso por Cangas, para desembarcar a algunos transeúntes, a las 21 horas, todos en Vigo, con un poco de frio, pero contentos por el bonito día pasado y felicitando a la Sra. organizadora Zaida Llano, y a su tesorero Faus, que sólo nos pidió dinero en una ocasión.

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